Anoche hacía mucho frío.
Anoche las estrellas
estaban limpiecitas, limpiecitas, singularmente brillantes.
Anoche estaba sola en mi casa y
se me antojo hacer algo que hacía siglos no hacia: arrastrar la ahora ex mecedora de
mi abuelita, colocarla en la mitad del patio y sentarme envuelta en una cobija
a admirar las estrellas.
Entonces, recordé mi viejo
romance con las estrellas fugaces, antes me topaba con ellas todo el tiempo,
sin pensarlo, sin planearlo, en esas conversaciones cuando alguien me llevaba a
mi casa y nos quedábamos platicando en el carro, o cuando acampábamos, o cuando
viajábamos y yo en vez de dormir pegaba la cara a la ventanilla y me perdía
mirando el cielo. Siempre las veía solo Yo, por que cuando advertía a los
demás, ya había pasado, haciendo honor a su nombre el reflejo fugaz desaparece
en menos de un pestañeo…
Supongo que esto me pasaba por
que antes veía más al cielo... es otra de las desgracias de volverse “adulta”,
se te olvidan los placeres sencillos con demasiada facilidad.
Y enfrascada estaba en estos
pensamientos cuando escarbando en los laberintos de mi memoria, recordé que mi gusto
por mirar a las estrellas se volvió oficial cuando leí un poema de Rubén Darío,
estaba escrito en uno de los libros de “Español Lecturas” de primaria, no
recuerdo de que grado. Pero eso sí, cada frase de ese poema, habita lleno de
vida en la galería de mis recuerdos, y digo galería por que en la mente
infantil, ese es el efecto que provocan las letras que tocan el corazón, se materializan,
escapan al papel, cobran vida y como mínimo efecto, quedan inmortalizadas en un
hermoso cuadro.
El poema se llama Margarita…y creo que debe tener un historia detrás, porque
leí que el poeta lo dedico a alguien llamada Margarita Debayle, pero la verdad
es que para mí, este poema solo habla de una “gentil princesita” que como yo, como la niña que un día fui, quería
cortar una estrella.
Después de leer, memorizar y
soñar con esta historia me volví aun más aficionada a mirar las estrellas y por
lo menos anoche recupere ese pequeño gran placer…
Margarita
Rubén Darío
Margarita está linda la mar,
y el viento,
lleva esencia sutil de azahar;
yo siento
en el alma una alondra cantar;
tu acento:
Margarita, te voy a contar
un cuento:
Este era un rey que tenía
un palacio de diamantes,
una tienda hecha de día
y un rebaño de elefantes,
un kiosko de malaquita,
un gran manto de tisú,
y una gentil princesita,
tan bonita,
Margarita,
tan bonita, como tú.
Una tarde, la princesa
vio una estrella aparecer;
la princesa era traviesa
y la quiso ir a coger.
La quería para hacerla
decorar un prendedor,
con un verso y una perla
y una pluma y una flor.
Las princesas primorosas
se parecen mucho a ti:
cortan lirios, cortan rosas,
cortan astros. Son así.
Pues se fue la niña bella,
bajo el cielo y sobre el mar,
a cortar la blanca estrella
que la hacía suspirar.
Y siguió camino arriba,
por la luna y más allá;
más lo malo es que ella iba
sin permiso de papá.
Cuando estuvo ya de vuelta
de los parques del Señor,
se miraba toda envuelta
en un dulce resplandor.
Y el rey dijo: «¿Qué te has hecho?
te he buscado y no te hallé;
y ¿qué tienes en el pecho
que encendido se te ve?».
La princesa no mentía.
Y así, dijo la verdad:
«Fui a cortar la estrella mía
a la azul inmensidad».
Y el rey clama: «¿No te he dicho
que el azul no hay que cortar?.
¡Qué locura!, ¡Qué capricho!...
El Señor se va a enojar».
Y ella dice: «No hubo intento;
yo me fui no sé por qué.
Por las olas por el viento
fui a la estrella y la corté».
Y el papá dice enojado:
«Un castigo has de tener:
vuelve al cielo y lo robado
vas ahora a devolver».
La princesa se entristece
por su dulce flor de luz,
cuando entonces aparece
sonriendo el Buen Jesús.
Y así dice: «En mis campiñas
esa rosa le ofrecí;
son mis flores de las niñas
que al soñar piensan en mí».
Viste el rey pompas brillantes,
y luego hace desfilar
cuatrocientos elefantes
a la orilla de la mar.
La princesita está bella,
pues ya tiene el prendedor
en que lucen, con la estrella,
verso, perla, pluma y flor.
* * *
Margarita, está linda la mar,
y el viento
lleva esencia sutil de azahar:
tu aliento.
Ya que lejos de mí vas a estar,
guarda, niña, un gentil pensamiento
al que un día te quiso contar
un cuento.
Seria ingrato de
mi parte no concluir este post dando GRACIAS por este flash back, por esos
instantes “fugaces” en que se funden pasado y presente y las sensaciones
memorables regresan con una nitidez conmovedora.
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