noviembre 13, 2012

Tía Natalia...



    Un día Natalia Esparza, mujer de piernas breves y redondas chichis,se enamoró del mar. No supo bien a bien en qué momento le llegó aquel deseo inaplazable de conocer el remoto y legendario océano, pero le llegó con tal fuerza que hubo de abandonar la escuela de piano y lanzarse a la búsqueda del Caribe, porque al Caribe llegaron sus antepasados un siglo antes, y de ahí la llamaba sin piedad lo que nombró el pedazo extraviado de su conciencia. El llamado del mar se hizo tan fuerte que ni su propia madre logró convencerla de esperar siquiera media hora. 
    La tía Natalia creció mirando los volcanes, escudriñándolos en las mañanas y en las tardes. Sabía de memoria los pliegues en el pecho de la Mujer Dormida y la desafiante cuesta en que termina el Popocatépetl. Vivió siempre en la tierra oscura y el cielo frío, cocinando dulces a fuego lento y carne escondida bajo los colores de salsas complicadísimas. Comía en platos dibujados, bebía en copas de cristal y pasaba horas sentada frente a la lluvia, oyendo los rezos de su mamá y las historias de su abuelo sobre dragones y caballos con alas. Pero supo del mar la tarde en que unos tíos de Campeche entraron a su merienda de pan y chocolate, antes de seguir el camino hacia la ciudad amurallada a la que rodeaba un implacable océano de colores.
    Siete azules, tres verdes, un dorado: todo cabía en el mar. La plata que nadie podría llevarse del país: entera bajo una tarde nublada. La noche desafiando el valor de las barcas, la tranquila conciencia de quienes las gobiernan. La mañana como un sueño de cristal, el mediodía brillante como los deseos.
    No sabía por dónde era el camino, sólo quería ir al mar. Y al mar llegó después de un largo viaje hasta Mérida y de una terrible caminata....
    La tía Natalia no lo podía creer. Corrió al agua empujada por sus últimas fuerzas y se puso a llorar sal en la sal. Le dolían los pies, las rodillas, los muslos. Le ardían de sol los hombros y la cara. Le dolían los deseos, el corazón y el pelo. ¿Por qué estaba llorando? ¿No era hundirse ahí lo único que deseaba? 
    Oscureció despacio. Sola en la playa interminable tocó sus piernas y todavía no eran una cola de sirena. Hacía un aire casi frío, se dejó empujar por las olas hasta la orilla. Caminó por la playa espantando unos mosquitos diminutos que le comían los brazos. 
    Nadie sabe cómo fue la vida de la tía Natalia en Holbox. Regresó a Puebla seis meses después y diez años más vieja, llamándose la viuda de Uc Yam. Tenía la piel morena y arrugada, las manos callosas y una extraña seguridad para vivir. No se casó nunca, nunca le faltó un hombre, aprendió a pintar y el azul de sus cuadros se hizo famoso en París yen Nueva York. Sin embargo, la casa en que vivió estuvo siempre en Puebla, por mas que algunas tardes, mirando a los volcanes, se le perdieran los sueños para írsele al mar. 
    -Uno es de donde es -decía, mientras pintaba con sus manos de vieja y sus ojos de niña-. Por más que no quieras, te regresan de allá.

    "Mujeres de Ojos Grandes"...
    Ángeles Mastretta

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